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jueves, 21 de junio de 2012

Biografía de Ramón Castilla

Construyendo juntos el conocimiento de la Historia

Investigación realizada por:
Gabriela Chunga Castilla
Tercero de Secundaria


BIOGRAFIA


Ramón Castilla tuvo como padres al bonaerense Pedro de Castilla y a Juana Marquesado Romero, tarapaqueña de sangre india. Nació el 31 de Agosto de 1797. Fue presidente de la república en dos ocasiones entre 1845-1852 y 1855-1862.

Ramón Castilla tuvo fuertes rasgos mestizos. Durante su niñez, según el escritor Clemente Markham, trabajó al servicio de su padre como leñador y tuvo que hacer viajes al desierto para recoger pedazos de leña que caían de los algarrobos.

En el año 1807 Ramón Castilla, a los diez años, viaja a Lima para estudiar con su hermano. Más tarde, continuó sus estudios en Concepción de Chile ayudando a su hermano con su nuevo negocio.

Como ya antes mencionado, su origen no fue acomodado ni aristocrático. Sin fortuna personal ni virtudes de ideólogo, obtuvo su ascenso en la escena política mediante la carrera militar, a la que ingresó como soldado del ejército del rey en tiempos del Virreinato. Ramón Castilla distaba de ser un hombre ilustrado, pero supo rodearse de intelectuales a quienes premiaba con viajes, nombramientos y pensiones.

El nuevo gobernante estaba mejor vinculado con la élite, con los grupos populares y sus necesidades. Político hábil y pragmático, estaba libre de cualquier prejuicio liberal o conservador. No era un hombre ilustrado, pero supo rodearse de intelectuales a quienes premiaba con becas en el extranjero, puestos en el gobierno y pensiones en el presupuesto. En su discurso se le notaba enérgico con la ley y el orden.

Aunque dispuesto a permitir la discusión política, la existencia de grupos de oposición y hasta cierta medida de fiscalización por parte del Congreso. Su paso por el ejército no solo le despertó una pasión por la vida militar, sino también una línea política nacionalista. En este sentido, desde muy joven se erigió en defensor de la unidad nacional.

Frente a las agresiones del exterior, fueran estos los proyectos de Bolívar o los intentos de Santa Cruz por establecer la confederación peruana – boliviana. Asimismo, su trayectoria como soldado demuestra que tuvo especial aptitud para la estrategia militar.

Cada uno de sus ascensos en el ejército respondió a sus éxitos militares. De otro lado, su arriesgada vida lo hizo testigo y protagonista de traiciones, conspiraciones, batallas, pleitos de cuartel y de indescifrables aventuras. Esto lo convirtió, según sus pasados, en un hombre duro, terco y casi arisco.

Proyectaba una imagen de energía y firmeza. Tosco en sus maneras y breve en el hablar, no gustaba de conversaciones vacías ni de ideas abstractas. Su carácter era práctico y de decisiones rápidas. Parece haber tenido una gran fuerza de voluntad moldeada por tantos años de peligro constante. Definitivamente era un sobreviviente en una época en que la violencia, el peligro y la deslealtad eran la norma.

En Concepción de Chile hace sus primeros estudios, pero le atraía mas la carrera de la armas y por eso, primero por poco tiempo, participa en las filas realistas. Cuatro años más tarde, en 1816, entra como cadete en el Regimiento Dragones de la Unión.

Con variable éxito hace la campaña hasta Chacabuco. Aquí se ve obligado a emprender la retirada y en el distrito de Las Tablas él y su hermano Leandro son hechos prisioneros. Luego fue enviado a San Luis, al otro lado de la cordillera y después a Buenos Aires. Logra huir a Montevideo y luego pasó a Río de Janeiro; en esta ciudad, el conde Casa Flores, embajador de España le proporciona un pasaporte y en compañía del teniente coronel Fernando Cacho se encamina a Santa Cruz.

En 1817 fue hecho prisionero, pero mas tarde consiguió su liberación ese mismo año, pasó a Río de Janeiro y emprendió en compañía del coronel Fernando Cacho su retorno al Perú vía el Mato-Grosso. Pasó por Chiquitos, Santa Cruz de la sierra, Valle Grande, Chuquisaca, Oruro, La Paz, Puno, Cuzco, Huamanga, Huancavelica, Lunahuaná y Lurín hasta llegar a Lima; atravesando en total 2350 leguas de Selva, Sierra y arenal.

En Lima, el virrey Joaquín de la Pezuela lo destinó al Regimiento “Dragones de la Unión”, establecido en Arequipa; sin embargo fue allí donde abandonó su postura realista y se presentó en Lima ante Torre Tagle y luego ante el Libertador José de San Martín.

Luego de una serie de Pruebas e interrogatorios fue incorporado a los Húsares de la Legión Peruana como alférez de caballería. No asistió a la batalla de Junín por pertenecer al estado mayor patriota, pero sí a la de Ayacucho, donde resultó herido.

El 7 de Junio de 1818, se presentan ambos al presidente de la audiencia de La Plata, quien los socorre con sus honorarios y les da un nuevo pasaporte. Ramón Castilla y el teniente-coronel se dirigen a La Paz y luego atravesar el Desaguadero, por Juliaca y Sicuani llegan al Cusco. De aquí continuaron hasta Huamanga, Huancavelica y de ahí bajan a Lima.

Pazuela le dio de alta a Ramón Castilla en el Regimiento de Dragones del Perú, pero más adelante se le envió a Arequipa y se enroló en los Dragones de la Unión con Ricafort. Este jefe fue enviado a Guamanga y envió una partida de caballería a Tayaca, la cual cedió al aproximarse a Arenales.

Según Rodríguez Ballesteros, Ramón Castilla fue hecho prisionero en Pasco. Si así fue, quedó en disposición de tal, pero en 1822 ante el cariz que tomaban los acontecimientos, decidió abandonar el ejército español y se sumó a los patriotas de Chancay. San Martín lo acogió bien y le dio de alta en los Húsares de la Legión Peruana. Pasó al norte y poco después se le ascendió a teniente.

Gutiérrez de la Fuente, destacado en Trujillo, dejó a Ramón Castilla en un escuadrón en Santa y él con los otros dos puso preso a Riva Agüero. Ramón Castilla fue enviado a formar a los reclutas, pero luego fue sustituido por Morán. Desde entonces Castilla se distanció de Bolívar al ver el trato que les daba a los peruanos.

Morán había recibido la orden de enviar preso a Ramón Castilla si se resistía y de separarlo del mando, bajo el pretexto de las tropelías que cometía su tropa. Morán cumplió las órdenes y envió a Castilla y con un teniente a Trujillo. En esta ciudad lo metieron preso. Intervino La Fuente y alcanzó que se le pusiera en libertad.

Entra a servir en el ejército patriota y hace la campaña de Ayacucho. Después de esta acción tiene que hospitalizarse por las terribles heridas que había recibido. Una vez restablecido, decide pasar a Arequipa en donde gobierna su colega Gutiérrez de la Fuente.

En 1824 ingresó en el ejército de Simón Bolívar, a cuyas órdenes participó en la batalla de Ayacucho, por la que selló su independencia. Decidió servir a la causa de la independencia peruana, por lo que fue incorporado a La Legión Peruana de la Guardia. Con el grado de teniente coronel, hizo que la campaña de Ayacucho como ayudante del Estado Mayor General del Regimiento Húsares de Junín.

En 1825 fue nombrado prefecto de Tarapacá y fue uno de los primeros funcionarios de su categoría en romper con Bolívar, por estar en desacuerdo con la llamada contribución vitalicia. En 1829, pasó a Arequipa, y con otros jefes denuncia los tratos que Santa Cruz favorece para la construcción de la federación del sur.

Ramón Castilla aprisionó al general Aparicio, al prefecto Reyes y otros, pero en Lima no le dan importancia al movimiento y los reyes lo envían a Puno, mientras Pardo de Zela es enviado a Arequipa. Aquí Ramón Castilla en el revuelto mar de pasiones y luchas que se suceden, es quien interviene, pero siempre al lado del orden y de la Constitución.

Después de haber sido perseguido, dominando en Arequipa Orbegoso lo envía de prefecto a Puno. Luego pasó a Lima, donde el presidente Augustín Gamarra le nombró su edecán, y salió hacia Cusco al iniciarse la revolución federalista encabezada por el coronel Escobedo.

Al censurar la política del presidente Gamarra, fue acusado de conspirar y se le encarceló, pero logró fugarse en 1833 a Lima. Reapareció en Tarapacá, donde respaldó la proclamación del General de Orbegoso como presidente provisional; pasó a Arequipa y luchó en la batalla de Cangallo, siendo ascendido a general de brigada.

Promovido al grado de teniente coronel de caballería y por su amistad con Domingo Nieto, quedó como enemigo de Andrés de Santa Cruz y del proyecto de la confederación Perú-Boliviana. En 1835 se casa en Arequipa con doña Francisca Diez Canseco.

Renunció a la provincia de Puno y se apartó del presidente Luis José de Orbegoso, pasando luego a Chile con otros emigrados peruanos rivales al régimen santacrucino y seguidores de los planes del ministro chileno Diego Portales para acabar con la confederación.

Participó en la primera expedición restauradora comandada por Manuel Blanco Encalada que fracasó en Paucarpata; durante la segunda expedición restauradora, comandada por Manuel Bulnes y al lado de Augustín Gamarra, estuvo en la batalla de Portada de Guía y destacó la actuación de Portada de Guía en la batalla y en la derrota final de Santa Cruz y en la confederación, haciéndose merecedor al ascenso como general de división.

Vinculado al segundo gobierno de Augustín Gamarra, primero como ministro general y luego como ministro de Guerra y Hacienda. Colaboró al presidente en su intento por invadir Bolivia siendo derrotado en la batalla de Ingavi, permaneciendo prisionero en la fortaleza de Oruro.

Culminada la guerra con Bolivia regresó al Perú y, durante la anarquía militar, se enfrentó a Manuel Ignacio de Vivanco, a quien finalmente derrotó en la batalla del Carmen Alto. De esta manera, el vicepresidente legal, Manuel Menéndez, convoca a elecciones resultando elegido Ramón Castilla a la presidencia de la presidencia de la República.

Al asumir el gobierno en 1845, Ramón Castilla encontró un país en desorden debido a las continuas luchas entre caudillos militares, también se dio cuenta en cuanto a economía que se podía recuperar gracias a los ingresos por la venta del guano en Europa.

El Congreso, ausente desde 1839, volvió al ejército legislativo. Buena época le correspondería entonces a Ramón Castilla. De alguna manera había terminado la inquietud sobre si sabría una entidad peruano-boliviana; en aquella frontera, tan sensible muchos años, volvió la calma, más allá de muchos roces debido a cierta inquina que Castilla guardaría siempre, como recuerdo de algunos agravios soportados cuando sufrió prisión luego del desastre de Ingavi.
Con Ramón Castilla tuvo expresión más tangible la explotación guanera, y el Estado empezó a gozar de cierta bonanza. El nivel alcanzado en su explotación producía a enormes ingresos.
El Régimen de consignaciones establecido para la explotación del fertilizante había logrado asegurar mercados en Europa y en la costa oriental de Estados Unidos. Lamentablemente, se inició también la deplorable costumbre de solicitar préstamos a los consignatarios, que incrementaban así sus grandes beneficios, ya significativos por las altas comisiones que obtenían por las ventas de un producto.
Los ingresos guaneros iban a permitir a Castilla dar al país un rango del que no había antecedentes. Por un lado hizo frente a la deuda externa, la que no se había podido encarar por la escasez o nulidad de los ingresos del Estado; por otro lado, haría lo propio con la deuda interna.

Poco se ha detenido la labor histórica en reflexionar en torno de cómo pudo permanecer el nuevo Estado, con muy escasos recursos, surgido luego de una prolongada prueba y que, ya independiente, se vio envuelto en numerosos conflictos internacionales, algunos de los cuales vinieron en guerras. Mas la prosperidad, luego de la prolongada lucha interna, trajo estabilidad, y Castilla pudo dar al Perú un sentimiento de orden y progreso.

Ramón Castilla se preocupó por dotar al país de unas fuerzas armadas aliadas del gobernante, mantenerse en el poder en dos oportunidades, manejando las riendas del Estado por más de 10 años, entre 1845-1851 y, posteriormente entre 1855-1862. A la par que el armamento actualizado para el Ejército, pudo dotar también a la Marina de naves modernas: fragatas, bergantines y transportes.

Es significativa, la adquisición del Rímac, primer buque a vapor de nuestra Armada. También adquirió la fragata Amazonas, que alcanzaría nuestras costas durante la administración de Echenique y que daría la vuelta al mundo años más tarde, entre Octubre de 1856 y Mayo de 1859, ya en el segundo gobierno de Castilla.

La época que su gobierno inauguró ha sido llamada la del “apogeo” o “prosperidad falaz”, ya que los ingresos obtenidos por la venta del excremento de aves de nuestro litoral permitieron la ejecución de numerosas obras públicas y una relativa calma política. En efecto, Ramón Castilla y sus asesores quisieron ordenar el país.

En 1851 levanta una revolución en Arequipa contra el Régimen del general Echenique, y es proclamado presidente provisional en 1854. En su avance hacia Lima, el 5 de Julio de 1854 decretó la abolición del tributo que pagaran los indios.

El 5 de diciembre de 1854, en Huancayo declaró libre a todo hombre que pisara el territorio peruano. Los dueños de los esclavos, sin embargo, no se resignaron fácilmente a quedarse sin ellos. Los consideraban su propiedad y por muchos años lucharon porque la esclavitud no terminara.

La libertad que concedió Ramón Castilla al esclavo significó el final del vínculo jurídico, pero no implicó que terminaran los abatimientos de las personas de raza negra en el Perú, a las cuales la sociedad aún debe servicios y oportunidades que hasta ahora no tuvieron, en igualdad con otros grupos étnicos del país.

Tras la Revolución vino la dictadura, aun cuando Ramón Castilla citara para un congreso que había de dar una nueva constitución, la de 1856. Sobrevino a la revolución de Fermín del Castillo en Lima y sobre todo la de Vivanco en el sur.

Después del triunfo de Yumina sobre San Román, Castilla en persona vino a rodear a Arequipa y en el Carmen Alto derrotó a Vivanco que tuvo que huir. Disuelta la convocación se cita al Congreso y se ordenó a celebrar elecciones.

Gobernó hasta 1858, y luego cuatro años más en calidad de presidente constitucional. Sobreviene en este segundo periodo la guerra con el Ecuador, que dirige el mismo Ramón Castilla y de la cual no tuvo ventajas reales el Perú.

El 28 de Julio de 1860 se reúne la convención que ha de dar al país la constitución de 1860. Ese mismo año Ramón Castilla es objeto de un atentado que por fortuna no le causó sino una herida en un brazo.

Antes de terminar su gobierno asaltan su casa con la intención de eliminarlo. También esta vez se salva del peligro y sus enemigos huyen a Chile. En 1864, es elegido senador de Tarapacá y presidente de su Cámara, pero ante la posibilidad de que asumiese la dirección de la corriente patriótica, el gobierno de Juan Antonio Pezet dispuso su destierro a Gibraltar. Reducido a prisión se le embarca y envía a Europa.

En 1866, de vuelta a Tarapacá inició la oposición contra las elecciones que organizaba el general Mariano Ignacio Prado, quien le permite regresar al Perú, pero pronto vuelve otra vez a ser confinado a Chile. Desde este país pasa a Tarapacá, muy quebrantado, lo cual no le impide hacer lo posible por apoyar a la Revolución.

En un viaje por el desierto, cerca de Tibiliche, las fuerzas le abandonaron, y, en brazos de su sobrino Eugenio Castilla, exhala el último suspiro. En 1868 sus restos fueron llevados a Lima y reposan en el Cementerio general Presbítero Maestro.

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