"Ocurrió el caso en 1901. Una institución tacneña muy antigua y muy prestigiosa: La Sociedad de Auxilios Mutuos "El Porvenir", quiso un día hacer bendecir en la iglesia parroquial, un magnífico estandarte bordado en oro; pero, como en aquellos días habían prohibido las autoridades chilenas exhibir banderas peruanas en la ciudad, fue menester enviar una comisión de socios a la Intendencia (Prefectura) a recabar el permiso correspondiente. La negativa del intendente, general Vergara, fue rotunda.
- No quiero bandera en las calles -dijo-. Provocan manifestaciones patripoticas y esas manifestaciones dan origen a contramanifestaciones que pnen en peligro el orden público.
Y no hubo medio de hacerle variar la resolución.
Dos días después, ya en vísperas del 28 de julio, la Sociedad "El Porvenir", que deseaba celebrar de alguna manera el día de la Patria, volvió a solicitar el permiso deseado, y el Intendente volvió a denegarlo.
- Lleven el estandarte a la iglesia en una caja -dijo- y en la misma forma vuelven con pel al local de la sociedad. Así nos ahorraremos un conflicto.
Insistió la comisión, alegando que en Tacna todas las colectividades extranjeras, incluso la China, enarbolaban su bandera cuando les placía que no era justo que sólo los peruanos, que estaban en suelo propio, se vieran privados de esa libertad.
Una idea extraña, sabe Dios de qué alcalces posteriores, debió cruzar en ese momento por el cerebro del general Vergara, pues cambiando repentinamente de tono dijo:
- Tienen ustedes el permiso que solicitan; pero con la conidicón de que me garanticen bajo responsabilidad personal que, al conducir la bandera por las calles, el pueblo peruano no hará manifestación alguna de carácter patriótico. Exijo, desde luego, de un modo concreto, que no haya aclamaciones ni vivas ni el más leve grito que signifique, ni remotamente, una provocación para el elemento chileno.
Los miembros de la comisión se miraron un tanto desconcertados, estimando, sin duda, demasiado aventurero el comprormisoque se les imponía; pero, resueltos a todo, lo aceptaron, poniendo, aspi, en grave riesgo su responsabilidad.
- Está bien, señor intendente. dijo uno de ellos hablando por todos-. no se oirá un sólo grito en las calles durante la procesión del estandarte.
Al día siguiente los diarios peruanos a la vez que daban a conocer al público el grave compromiso contraído por la comisión, recomendaban eficazmente a los hijos del lugar que el día de la fiesta horaran con su actitud la palabra empeñada al mandatario de la provincia.
la institución encargada de organizar el programa -conocedora del carácter altivo y rebelde de la gente de Tacna- abrigaba el íntimo temor de que la fiesta acabaría en tragedia. in viva al Perú, contestado con un viva chileno podía convertir a las calles de la ciudad en un campo de batalla. en medio de esta incertidumbre llegó el 28 de julio.
En las primeras horas de la mañana, más de 800 miembros de la Sociedad "El Porvenir" condujeron a la iglesia de San Ramón -la principal de Tacna- el estandarte que había que bendecirse. Esta traslación se realizó, intencionalmente, por calles poco concurridas, a fin de evitar; en lo posible, que la hermosa bandera fuese conocida por el vecindario antes de la ceremonia.
Comenzó ésta a las diez de la mañana con el concurso de casi la totalidad de la población peruana.
Las tres naves del templo estaban materialmente repletas de gente. Afuera, en el atrio y en las calles adyacentes, una multitud incontable aguardaba impaciente el fin de la fiesta religiosa para escoltar la bandera del cautiverio.
En el altar mayor oficiaba, auxiliado por dos diáconos, el cura vicario de la parroquia, doctor Alejandro Manrique -antecesor del célebre cura Andía, que poco después sacrificó su vida en servicio de la Patria.
Bendíjose el estandarte; cantóse un Tedéum solemne, y enseguida el vicario subió al púlpito y habló a la enorme concurrencia, exhortándola a mantener siempre latente en el alma el amor a Dios y a la Patria, a soportar con entereza las amarguras del cautiverio yu confiar en las reparaciones justicieras del porvenir.
Esta oración titulada "La Cruz y la Bandera" conmovió intensamente al auditorio.
Terminada la ceremonia, la concurrencia comenzó a abandonar el templo y a engrosar el inmenso gentío que se agitaba, imponente en los alrededores.
Al último, cuando ya no quedaba nadie en el interior de la iglesia, apareció en la puerta, sostenidda en alto, hermosa y resplandeciente como nunca, la bandera roja y blanca del Perú.
Y entonces, en aquel instante solemne ocurrió allí, en la calle llena de sol y apretada de hombres, mujeres y niños de toda condición social, algo inesperado y gradioso, algo que no olvidaré nunca, algo que me hizo experimentar una de las emociones más hondas de mi vida.
Apareció el estandarte en la puerta del templo, y las diez mil personas congregadas en el atrio y en las calles inmediatas se agitaron un momento y, luego, sin previo acuerdo, como impullsadas por una sola e irresistible voluntad, cayeron, a la vez, de rodillas, extendiendo los brazos hacia la enseña bendita de la Patria.
no se oyó una exclamación, ni una sola exclamación, ni el grito más insignificante. Sellados todos los labios por un compromiso de honor, permanecieron mudos. Y en medio de aquel silencio extraño y enorme que infundía aasombro y causaba admiración, la bandera, levantada, muy arriba, avanzó lentamente por en medio de aquel océano de cabezas descubiertas....
En uyna bocacalle, un antiguo soldado del campo de la Alianza, un hombre del pueblo, inválido por un casco de metralla, se abrió paso como pudo por entre la compacta muchedumbre, y aprximándose al estandarte besó con unción sagrada los flecos de oro de la enseña gloriosa. Y un enjambre de niños imitó ala viejo soldado. Y ante aquel espectáculo a la vez sencillo y sublime, hube de apretar los labops para contener las lágrimas.
Al paso del cortejo, los transeúntes se descubrían pálidos de emoción y hasta los oficiales y soldados chilenos, visiblemente impresionados, levantaban maquinalmente la mano a la altura de sis gorras prusianas en actitud de hacer el saludo militar..."
Federico Barreto
Inserto en Compendio de Historia del Perú. Gustavo Ponz Muzzo, pag. 220-221.
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