(Construyendo juntos el conocimiento de la Historia)
Discurso en el Politeama
El fragmento que vas a leer pertenece al discurso que ofreció ante una multitud de jóvenes en el teatro Politeama el famoso pensador y poeta Manuel González Prada, en 1888, pocos años después de culminada la Guerra del Pacífico.
Señores:
Los viejos deben temblar ante los niños, porque la jene¬ración que se levanta es siempre acusadora i juez de la je¬neración que desciende. De aquí, de estos grupos alegres i bulliciosos, saldrá el pensador austero i taciturno; de aquí, el poeta que fulmine las estrofas de acero retemplado; de aquí, el historiador que marque la frente del culpable con un sello de indeleble ignominia.
El Perú fue cuerpo vivo, expuesto sobre el mármol de un anfiteatro, para sufrir las amputaciones de cirujanos que tenían ojos con cataratas seniles i manos con temblores de paralítico. Vimos al abogado dirijir l´hacienda pública, al médico emprender obras de injeniería, al teólogo fantasear sobre política interior, al marino decretar en administra¬ción de justicia, al comerciante mandar cuerpos d’ejérci¬to... ¡Cuánto no vimos en esa fermentación tumultuosa de todas las mediocri¬dades, en esas vertijinosas apariciones i desapariciones de figuras sin consisten¬cia de hombre, en ese continuo cambio de papeles, en esa Babel, en fin, donde la ignorancia vanidosa i vocinglera se sobrepuso siempre al saber humilde i si-lencioso!
Con las muchedumbres libres aunque indisciplinadas de la Revolución, Fran¬cia marchó a la victoria; con los ejércitos de indios disciplinados i sin libertad, el Perú irá siempre a la derrota. Si del indio hicimos un siervo, ¿qué patria defende¬rá? Como el siervo de la Edad Media, sólo combatirá por el señor feudal.
I, aunque sea duro i hasta cruel repetirlo aquí, no imajinéis, señores, que el espíritu de servidumbre sea peculiar sólo al indio de la puna: también los mes¬tizos de la costa recordamos tener en nuestras venas, sangre de los súbditos de Felipe II mezclada con sangre de los súbditos de Huayna-Cápac. Nuestra colum-na vertebral tiende a inclinarse.
A sembrar el trigo i extraer el metal, la juventud de la jeneración pasada pre¬firió atrofiar el cerebro en las cuadras de los cuarteles i apergaminar la piel en las oficinas del Estado. Los hombres aptos para las rudas labores del campo i de la mina, buscaron el manjar caído del festín de los gobiernos, ejercieron una insa-ciable succión en los jugos del erario nacional i sobrepusieron el caudillo que daba el pan i los honores a la patria que exijía el oro i los sacrificios. Por eso, en el momento supremo de la lucha, no fuimos contra el enemigo un coloso de bronce, sino una agrupación de limaduras de plomo; no una patria unida i fuer¬te, sino una serie de individuos atraídos por el interés particular i repelidos entre sí por el espíritu de bandería. Por eso, cuando el más oscuro soldado del ejército invasor no tenía en sus labios más nombre que Chile, nosotros, desde el primer jeneral hasta el último recluta, repetíamos el nombre de un caudillo: éra¬mos siervos de la Edad Media que invocábamos al señor feudal.
Indios de punas i serranías, mestizos de la costa, todos fuimos ignorantes i siervos; i no vencimos ni podíamos vencer.
Si la ignorancia de los gobernantes i la servidumbre de los gobernados fue¬ron nuestros vencedores, acudamos a la Ciencia, ese redentor que nos enseña a suavizar la tiranía de la Naturaleza, adoremos la Libertad, esa madre enjendra¬dora de hombres fuertes.
No hablo, señores, de la ciencia modificada que va reduciéndose a polvo en nuestras universidades retrógradas: hablo de la Ciencia robustecida con la san¬gre del siglo, de la Ciencia con ideal de radio jigantesco, de la Ciencia que tras¬ciende a juventud i sabe a miel de panales griegos, de la Ciencia positiva que en sólo un siglo de aplicaciones industriales produjo más bienes a la Humanidad que milenios enteros de Teolojía i Metafísica.
Hablo, señores, de la Libertad para todos, i principalmente para los más desvalidos. No forman el verdadero Perú las agrupaciones de criollos i extranjeros que habitan la faja de tierra situada entre el Pacífico y los Andes; la nación está formada por las muchedumbres de indios diseminadas en la banda oriental de la cordillera. Trescientos años ha que el indio rastrea en las capas inferiores de la civilización, siendo un híbrido con los vicios del bárbaro i sin las virtudes del europeo: enseñadle siquiera a leer i escribir, i veréis si en un cuarto de siglo se levanta o no a la dignidad del hombre.
Pasaron los tiempos en que únicamente el valor decidía los combates: hoy la guerra es un problema, la Ciencia resuelve la ecuación. Abandonemos el romanticismo internacional i la fe en los auxilios sobrehumanos: la Tierra escar¬nece a los vencidos, i el Cielo no tiene rayos para el verdugo.
En esta obra de reconstitución i venganza no contemos con los hombres del pasado: los troncos añosos i carcomidos produjeron ya sus flores de aroma deletéreo i sus frutos de sabor amargo. ¡Que vengan árboles nuevos a dar flores nuevas i frutos nuevos! ¡Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra!
Manuel Gonzáles Prada, Pájinas LIbres
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