“A continuación, quizá sería lo mejor pasar en silencio a los teólogos y no remover esta ciénaga, ni tocar esta planta fétida, como corresponde a un tipo de hombres inexplicablemente enfurruñado e irritable, … felices con el Amor de sí mismos, como si habitasen el tercer cielo, contemplan desde lo alto a todos los restantes mortales como a bestias que se arrastran por el suelo y casi sienten compasión por ellos; están tan protegidos por un ejército de definiciones magistrales, de conclusiones, de corolarios, de proposiciones explícitas e implícitas, que ni las redes de Vulcano podrían enredarlos. … Explican luego según su arbitrio los arcanos más misteriosos: de qué modo ha sido creado y organizado el mundo; por qué conductos la mácula del pecado original ha llegado a la posterioridad; de qué modo, en qué medida, en cuán poquito tiempo se formó Cristo en el seno de la Virgen; de qué manera en la Eucaristía subsisten los accidentes sin sujeto… Y no es de extrañar, en realidad, puesto que incluso entre los propios teólogos los hay de superior cultura, que se sienten asqueados ante lo que consideran frívolas argucias teológicas; hay algunos que las condenan como una especie de sacrilegio y que consideran una enorme impiedad hablar con boca inmunda de cosas tan misericordiosas, más dignas de ser reverenciadas que explicadas o de que se discuta de ellas mediante las argucias profanas de los gentiles, se las defina con tanta arrogancia y se manche la majestad de la Divina Teología con palabras y pareceres tan vacíos e incluso despreciables.
Pero, entretanto, los otros están muy felices con su autocomplacencia y aun con sus propios aplausos de modo que, ocupados noche y día con estas dulcísimas cantinelas, no les queda siquiera un poquito de tiempo libre para hojear ni una vez el Evangelio o las “Epístolas” de San Pablo.?
Rotterdam, Erasmo de. Elogio de la Locura. Editorial La Montaña Mágica. Serie Obras Inmortales. Bogotá, Colombia. p: 93-99.
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