De muchas maneras cuentan los indios peruanos el origen y principio de los Incas sus reyes, envolviendo tan gran confusión y variedad de desatinos, que por su relación no es posible averiguar cosa cierta. Unos confunden su origen con el del linaje de los hombres, atribuyendo a los Incas haber sido ellos los primeros pobladores del mundo. Otros cuentan, que habiendo en el Diluvio Universal perecido todos los hombres, solos los Incas se salvaron y restauraron el universo; y a este tono refieren un mundo de disparates y los apoyan con lan flaccas razones como los on las mismas opiniones. Pero, dejando por agora para su propio lugar la que acerca del Diluvio y población de la tierra tenían, referiré aquí no más de tres o cuatro fábulas y ficciones las más recibidas de casi todas, de donde procedieron los reyen incas.
La primera de esta suerte que desde de la laguna de Titicaca vinieron hasta Pacaritambo, lugar distante del Cuzco siete leguas, ciertos indios llamados Incas, hombres de prudencia y valor, vestidos de muy diferente traje del que usaban los de la comarca del Cuzco, con las orejas horadadas y puestos pedazos de oro en los agujeros; y que el principal dellos que se decía Manco Cápac, haciendo estirar dos planchas de plata muy delgadas y bruñidas, se puso una en los pechos y otra en las españdas y una diadema de lo mismo en la cabeza, y partiendo con este adorno para el valle del Cuzco, envió delante sus mensajertos que hiciesen saber a los moradores del como era hijo del Sol, y que si querían certificarse dello, lo saliesen a ver, que él les mostraría en un alto cerro de los que cercan aquel valle del Cuzco. Allí fue visto de los naturales en la cumbre de un monte, y como los rayos del sol reverberaban en las láminas de plata y diadema que le cubría la cabeza, se mostró tan resplandeciente, que no fue menester otro argumento para que los indios, como gente simple, lo tuviesem desde luego por lo que él de sí publicaba y como a hijo del sol y cosa divina lo reverenciasen y obedeciesen. Con este embeleco se vino a señorear de aquel valle, desde donde comenzó a conquistar los pueblos de su contorno.
De: Historia del Nuevo Mundo. en Obras del Padre Bernabé Cobo, II, BAE, 92. madrid. 1956, pp. 62-62.
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